Buscando un destino de vacaciones
Al día
siguiente, un sábado lluvioso y oscuro, Nur y Nahuel se juntaron en la mesa,
desayunaron y luego decidieron hacer algunas compras. Abrieron una pantalla y
comenzaron a elegir productos, iban por góndolas virtuales con su dedo. El
refrigerador de su casa, que estaba sincronizado con esta aplicación, les
indicaba algunas cosas que necesitaban para completar una alimentación
balanceada en esa semana, como así también los productos que ya se habían
terminado. Elegían la cantidad y el tipo de mercaderías que deseaban, también
pedían detalles de algunos productos que brindaban una publicidad y todas sus
características. Una vez finalizado el pedido, unos minutos más tarde, serían
traídas a su domicilio por un dron aéreo de reparto, que las depositaría en el
acceso de mercaderías, situado en un espacio sobre el techo de la casa, y que,
con el permiso necesario, descenderían al interior.
Todavía en la casa nadie se
había enterado del aguacero de afuera, porque a la mañana, si uno no desactiva
las llamadas “ventanas vivas”, no deja de ver exquisitos paisajes que fueron
programados previamente para apreciar en las aberturas de la casa. Los hogares
que, por cuestiones de espacio, no podían tener un aspecto agradable desde sus
ventanas podían optar por este tipo de accesorio. Algo parecido sucedía con las
paredes, que poseían una imagen que era capaz de modificarse con distintos
colores y diseños. Tampoco se escuchaba el ruido de la lluvia, pues hubo un
tiempo en las grandes ciudades en el cual las autopistas terrenas y aéreas
fueron una peste sonora, que contaminaba los barrios con ruidos molestos y con
publicidad en 3D. Por lo que las construcciones tenían como norma una aislación
sonora absoluta.
Nahuel, luego de habilitar
el pago de la compra por medio de su iris, junto con una contraseña adicional,
se fue a una ventana que daba a su jardín. La apagó y se quedó mirando la
lluvia; al instante, salió afuera para encontrarse con el frío del agua, con el
viento y su sonido. Respiró profundo y volvió para ver a sus hijos, pero
todavía seguían durmiendo. Hastiado de la rutina, sintió unas desesperadas
ganas de irse de inmediato con su familia a distenderse en algún sitio que
nunca antes hayan visitado. Entusiasmado, fue adonde estaba Nur y comenzó a
proponerle la idea para esas vacaciones. Luego, hablaron todos juntos y se
decidieron con algarabía a seguir la propuesta de algo nuevo. Al momento,
organizaron empacar algunas cosas para salir rápidamente.
Nahuel se dirigió al garaje
donde estaba su automóvil, que en ocasiones usaban los fines de semana. De
lunes a viernes, utilizaba como transporte un servicio que lo esperaba en la
puerta de su casa. Un móvil ecológico que circulaba por pistas aéreas. Estos
taxis se programaban desde una central y funcionaban con inteligencia
artificial, no tenían conductor humano y funcionaban en perfecto orden, con
espacio solo para una o más personas, según el servicio contratado. El vehículo
de traslado lo dejaba en la puerta de la compañía en la que trabajaba. Su
vehículo familiar tenía ya varios años de comprado y, por el poco uso, se
mantenía como nuevo, aunque recordó que siempre postergaba el service que debía realizar para el
mantenimiento. Lo arrancó, pero a los pocos segundos se apagó de golpe, le
extrañó un poco. Lo volvió a encender y bajó para limpiar el polvo de los
últimos quince días de guardado. Al terminar, le preguntó al sistema del
automóvil:
–Blendir, escucha: ¿cómo
estará el clima hoy?
–El pronóstico para hoy es:
cielo nublado con probabilidad de precipitaciones durante todo el día. Máxima:
10 grados y mínima: 5 grados.
Nur envió a los niños a
empacar sus cosas. Como a las ocho de la mañana, salieron. Sin destino fijo,
sabían lo que querían, pero no dónde. En eso, Nahuel suspiró:
–Dios quiera que hallemos
un hermoso sitio para distendernos.
Emprendieron viaje hacia una preciosa zona
turística que ofrecía muchas opciones, aunque la desconocían por completo. A
poco más de dos mil kilómetros de su ciudad.
Un lugar de descanso
Estimaban
unas cinco horas de viaje. En el primer tramo, Nahuel decidió tomar vuelo a una
velocidad moderada ya que la lluvia era leve pero persistente. Pasadas poco más
de dos horas, ya ansiaban un lugar para descansar. Descendieron a una vieja
carretera terrestre para buscar descanso. El sol se encontraba con poco éxito,
queriendo renacer detrás de esas nubes oscuras y amenazantes, cargadas de
lloviznas.
A los pocos minutos del
descenso, a la vera de la desértica ruta, hallaron una zona como para
detenerse; era una extraña puerta de piedra, como una gran entrada, de unos
tres metros de ancho, muy antigua. Parecía una reliquia de la ruta, de alguna
civilización del pasado. Se encontraba casi a la altura de la hilera de
árboles, como entremezclada. Estaba llena de musgo y humedad. Consistía en dos
columnas de piedra enormes, talladas completamente con inscripciones y dibujos
extraños, unidas por una imponente y preciosa piedra arqueada en la parte
superior. Creyeron que podría ser la entrada a un viejo hospedaje poco
frecuentado, pero suficiente como para tomar un breve descanso. Akiro se
ofreció a ver antes de cruzar. Bajó corriendo y, al llegar, apoyó su mano en la
columna de la gran puerta observando hacia adentro; al instante, sintió una
alegría inusual. Se detuvo un momento analizando esa entrada y el precioso
camino y corrió de nuevo hacia el vehículo. Cuando dio la vuelta, ya todos
habían descendido y estaban mirando desde atrás. Se apresuró a decirles:
–Entremos, ¡parece fantástico!
Se acomodaron nuevamente en el automóvil y cruzaron la puerta, al entrar, se percibía un lugar serenamente desolado y escucharon por un segundo como un viento huracanado, acompañado con un suave vértigo en el estómago, aparentemente sin motivos lógicos. Semejante al que uno siente cuando baja de repente; y, si bien todos lo sintieron, nadie se atrevió a mencionarlo, porque cada uno pensaba que nadie más lo había sentido. Nadie le dio importancia a esa rara sensación pasajera.
Al avanzar, la zona era
extrañamente diferente. Todo el paisaje, incluso el cielo, parecía haber sido
modificado de golpe. A continuación, se veía un antiguo cartel borroneado y
oxidado que decía: “Bienvenidos a Llano…” y el resto no se llegaba a leer. Los
arces rojos en este lugar eran hermosos e imponentes. Ingresando un poco más,
se formaba una senda, que luego de un tramo se hacía serpenteada, el suelo
estaba acolchonado frondosamente con hojas de tonos anaranjados y rojizos. No
parecía haber pasado nadie por un largo tiempo. Mientras avanzaban, las hojas
crujían. El vehículo anunció:
–Desconozco esta zona.
Avanzaron más y más en una
leve subida, no era la idea alejarse tanto de la ruta, pero se sintieron tan
atraídos por el paisaje que alegremente siguieron. Luego de una última curva,
apareció una subida empinada que no permitía ver qué venía a continuación.
Lentamente, llegaron a la cima del ascenso y, en ese preciso momento, al
comenzar una larga bajada, cambió el panorama aún más. A lo lejos, se podía
contemplar un bello lago cristalino, que reflejaba con brillos centelleantes el
sol, bajo un abrumador cielo despejado. La nueva visión inefable los dejó sin
aliento. Aunque todos estaban perplejos, solo Nahuel llegó a musitar
entrecortadamente:
–Co… cómo puede… Increíble.
Mientras tanto, descendían
por un camino arenoso. Algo más cerca de la orilla, se podían apreciar
fragmentos de alguna antigua ciudad, semejantes a la puerta que cruzaron, con
paredones de antaño en varias hileras que seguramente formarían habitaciones.
Rodeando el lago, un bosque impenetrable era otro testigo de la escena.
–Qué lugar raro –dijo
Akiro, y todos parecieron coincidir con su mirada.
–Es raro, pero hermoso
–dijo su madre mientras miraba el paisaje.
–Es el mejor lugar para
descansar un poco, tan lejos de la bulliciosa ciudad –pronunció Nahuel.
–Parece otro país –agregó
Muri.
En ese momento, que por
alguna razón ninguno quería que terminara, solo conversaron sobre qué cosas
podrían hacer para divertirse en estas vacaciones. Continuaban sin certezas en
cuanto al destino exacto, pero sí coincidían en algo: todos querían hacer algo
diferente.
Al terminar su placentero y
enrarecido descanso, algo inesperado ocurrió cuando quisieron volver a la ruta.
Al mirar atrás para regresar, descubrieron que no había solo una salida, sino
que se podía elegir entre doce caminos (un detalle que ni siquiera habían visto
al bajar), todas las salidas eran parecidas, entre árboles, y no muy lejos una
de otra. No hubo forma de precisar cuál era la correcta, ráfagas de viento se
encargaron de borrar todo rastro de huellas en la arena. Nahuel ni siquiera pensó
en la posibilidad de tomar vuelo, porque el modelo de su vehículo necesitaba la
distancia adecuada para hacerlo, ni mucho menos podría despegar en un terreno
arenoso y desparejo como ese. El lago no tenía salida, ya que no era tan
grande, así que tampoco pudo pensar en salir navegando. Igualmente, no creyeron
que fuera un problema, porque Nahuel los tranquilizó diciendo:
–Seguramente, todas las
salidas deben conducir al mismo lugar o, por lo menos, cercano.
Akiro abrió la pantalla de
su dispositivo y descubrió que no tenía señal (esto nunca le había sucedido),
preguntó a los demás y todos descubrieron que los dispositivos estaban “sin
señal”. La pantalla que ellos podían desplegar no provenía de un aparato que
uno pueda agarrar con la mano. Ellos utilizaban dispositivos que desplegaban
una pantalla de visión holográfica y sonora de amplio alcance y definición.
Podían tener forma de pulseras, relojes, auriculares, gafas, anillos, collares,
aros y otras muchas más. Se manejaban por medio del reconocimiento de voz y por
las señales de nuestra mano. El sistema dialogaba e interactuaba con su dueño
como una persona, se le escogía un nombre y podía elegirse voz femenina o
masculina. Generalmente, se lo activaba para el diálogo con una frase exacta o
ciertas señas específicas de la mano. Por ejemplo, Akiro configuró varias
formas para activarlo, algunas de ellas son: “Enciéndete, Sterkur”, como
también: “Escucha, Sterkur Vindur” o, cuando se encuentra en modo apagado:
“Despierta, Sterkur”. Otros elegían formas más cortas como: “Truc truc”.
También se usaban chasquidos de dedos junto a un movimiento de la mano, en fin,
eran muy variadas las formas de conectarse con el dispositivo personal.
Al abrirse la imagen que se
desplegaba, se acomodaba con los dedos en cualquier ángulo, posición y tamaño
deseado. Se fijaba incluso delante de uno frente al rostro, o tal vez más
arriba, más abajo o a un costado; y se podía caminar mientras la pantalla
seguía en el mismo lugar, acompañándonos.
Akiro miró su pantalla, que
se desplegaba desde una delgada y sutil pulsera gris, desconfiado, una y otra
vez; no creía esta cosa rara de “no tener señal”. Este hecho, que para
cualquiera en otras épocas se podría tomar como algo normal, en adelante no fue
un detalle menor para ellos.
–¿Cómo puede ser que no
haya señal? ¿Qué es eso? –preguntó Akiro a su padre.
–Antes era algo común
perder la señal de red en nuestros dispositivos y es lo que está pasando ahora,
no está llegando la señal a esta zona, nada más –le aclaró Nahuel y prosiguió–:
Te lo explicaré, cuando naciste ya todos estábamos conectados automáticamente a
la red y solo era cuestión de abrir nuestro dispositivo y listo. Lo que no
sabías es que, aun así, esas aplicaciones (de cualquier dispositivo que uses)
necesitan tener internet, señal o red, como más te guste. De lo contrario, no
funcionan. Esto te parece nuevo, porque nunca se te desconecta nada en la
ciudad, vivimos tan conectados que ni siquiera sabías que era posible
desconectarse, pero funciona así, debe existir sí o sí esa conexión a internet.
–No digas tanto “internet”
–le dijo Akiro–. Suena a algo como de antes y aún peor cuando algunos viejos
dicen: “www”. ¡Eso sí que suena viejísimo!
Nahuel prosiguió
explicando:
–Parece que en esta zona no
funciona nada o algo está fallando. Pero quédate tranquilo, que ya se va a
establecer la conexión a ¡INTERNET! –dijo con ironía y humor.
Mientras Muri también
miraba su pantalla, Akiro ya había probado una decena de veces conectarse con
alguna página o aplicación y no podía aceptar ese extraño cartel que le decía
textualmente una y otra vez: “Sin señal. No hay redes disponibles”.
Al subir todos a su
automóvil, Nahuel dialogó bastante con su vehículo, que no le daba una
respuesta adecuada en esta situación porque también entró en un modo “sin
conexión”. Notó que los mapas que mostraba su automóvil parecía que estaban
sobre una ciudad, muy diferente a lo que se veía estando allí, y las respuestas
que daba eran bastante básicas; se terminó peleando con el sistema de su auto,
le ordenó apagarse e inmediatamente expresó indignado su propio pensamiento:
–¡Cree que sin él no podré
hacer nada solo! –Y se sonrojó, todos lo miraban.
Nahuel decidió por sí solo
el camino que le parecía correcto entre esas doce salidas tan similares. Ascendieron
por la arena, avanzaron y avanzaron. Otra vez, el mismo paisaje. Camino
serpenteado y hojas rojizas crujientes. Todo igual, pero con la diferencia de
que no llegaban a ninguna ruta, no recordaban bien si había sido tan largo el
trayecto. Cuando ya la cosa se puso más preocupante, miraron sus pantallas
nuevamente y seguían sin señal. Al cabo de un trecho más, parecía que la
arbolada llegaba a su fin, realizaron un giro a la derecha y se vio un último
tramo recto de unos veinte metros. Al final de este tramo, se veían unos
árboles caídos, entremezclados con otras plantas, hierbas y grandes raíces de
árboles que sobresalían bastante en la superficie. Nahuel dijo:
–Nos equivocamos de salida.
Dio marcha atrás, pero en
este tipo de caminos angostos con curvas no resultaba nada fácil la reversa,
trató de retroceder lentamente, de a pequeños tramos. Subía y bajaba
bruscamente intentando salir de ese camino accidentado. Hasta que su automóvil
se bloqueó en unas enmarañadas raíces altas y, pensando que era una piedra o
algo semejante, forzó el movimiento, pero se trabó de nuevo totalmente. Le dio
permiso al sistema para dialogar y el vehículo se limitó a responder:
–Terreno inapropiado, falla
de tracción trasera. Verifique el estado del camino o remueva obstrucción.
Percibió algo debajo del
auto y, al intentar un poco más, un sacudón violento, con un atolondrado ruido
del motor –¡Brrupupup!– hizo que se apagara por completo. Los varios intentos
por encender y salir no funcionaron.
–Era lo único que nos faltaba
–protestó Nahuel, que con dificultad intentaba contener los nervios.
Resultó que tres de las
ruedas se habían atorado con unas fuertes y elevadas raíces. Bajó y caminó unos
diez metros hasta donde estaba la salida que no habían podido cruzar, porque estaba
tapada de árboles y plantas. Se notaba que terminaba el camino y continuaba
otra cosa, pero estaba todo muy enmarañado. Las plantas, las ramas y los
árboles tapaban la salida. Creyó que no sería fácil cruzar metiéndose entre
esas cosas. Nahuel era un hombre rodeado de imágenes táctiles y hologramas, a
los que solo les daba órdenes o movía suavemente con sus dedos, no le pareció
nada familiar pasar y agacharse entre esos árboles y meterse entre ramas y
maleza desagradable. Además, “la ropa se ensuciaría y daría un mal aspecto”,
pensó.
Se convenció de que no
había nada relevante del otro lado y, mientras volvía frustrado a su automóvil,
Akiro se acercó curioso a ver, su padre le dijo que no había nada por ahí, solo
había más árboles. Igualmente, Akiro quiso ver un poco más e intentó pasar
entre esos árboles para saber qué venía después. El lugar tan calmo no
inspiraba ningún tipo de peligro, por lo que su padre dijo, ante la insistencia
de Akiro:
–Mira y vuelve.
Mientras cruzaba
agachándose y pasando entre los troncos, Akiro se raspó un poco las piernas y
tuvo que correr varias ramas para poder pasar. Ver lo que había del otro lado
hizo que regresara con rapidez a contarle a su padre, pero Nahuel no lo tomó
como algo importante al principio, aunque igual, perdido por perdido, pensó que
debía verlo. Fueron juntos. Nahuel se fastidió bastante al tener que atravesar
eso, hasta que por fin pudo cruzar todo. Y esta vez para él la sorpresa fue,
además de inesperada, estremecedora. Lo que vio fue un inmenso campo abierto,
era una enorme llanura, rodeada a lo lejos de muchas lomas y, mucho más a lo
lejos, algunos cerros. Pero claro, sin ruta, sin nada, solo un paisaje salvaje.
La sobrecogedora sensación de sentirse perdido con su familia le mareó un poco
la visión y se le aflojaron levemente las piernas. Regresó rápidamente e
irrumpió en su auto para pensar un poco. Muri se encontraba llorando del susto
mientras su madre la consolaba. Nahuel llamó a Akiro para investigar de nuevo
la salida al campo y examinarla mejor; la urgencia le hizo olvidar esta vez que
sería “tan difícil” pasar hacia el otro lado.
Continúa Capítulo 3: "Un descubrimiento Fuera de lo Común"
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