Capítulo 2

Buscando un destino de vacaciones



Al día siguiente, un sábado lluvioso y oscuro, Nur y Nahuel se juntaron en la mesa, desayunaron y luego decidieron hacer algunas compras. Abrieron una pantalla y comenzaron a elegir productos, iban por góndolas virtuales con su dedo. El refrigerador de su casa, que estaba sincronizado con esta aplicación, les indicaba algunas cosas que necesitaban para completar una alimentación balanceada en esa semana, como así también los productos que ya se habían terminado. Elegían la cantidad y el tipo de mercaderías que deseaban, también pedían detalles de algunos productos que brindaban una publicidad y todas sus características. Una vez finalizado el pedido, unos minutos más tarde, serían traídas a su domicilio por un dron aéreo de reparto, que las depositaría en el acceso de mercaderías, situado en un espacio sobre el techo de la casa, y que, con el permiso necesario, descenderían al interior.

Todavía en la casa nadie se había enterado del aguacero de afuera, porque a la mañana, si uno no desactiva las llamadas “ventanas vivas”, no deja de ver exquisitos paisajes que fueron programados previamente para apreciar en las aberturas de la casa. Los hogares que, por cuestiones de espacio, no podían tener un aspecto agradable desde sus ventanas podían optar por este tipo de accesorio. Algo parecido sucedía con las paredes, que poseían una imagen que era capaz de modificarse con distintos colores y diseños. Tampoco se escuchaba el ruido de la lluvia, pues hubo un tiempo en las grandes ciudades en el cual las autopistas terrenas y aéreas fueron una peste sonora, que contaminaba los barrios con ruidos molestos y con publicidad en 3D. Por lo que las construcciones tenían como norma una aislación sonora absoluta.

Nahuel, luego de habilitar el pago de la compra por medio de su iris, junto con una contraseña adicional, se fue a una ventana que daba a su jardín. La apagó y se quedó mirando la lluvia; al instante, salió afuera para encontrarse con el frío del agua, con el viento y su sonido. Respiró profundo y volvió para ver a sus hijos, pero todavía seguían durmiendo. Hastiado de la rutina, sintió unas desesperadas ganas de irse de inmediato con su familia a distenderse en algún sitio que nunca antes hayan visitado. Entusiasmado, fue adonde estaba Nur y comenzó a proponerle la idea para esas vacaciones. Luego, hablaron todos juntos y se decidieron con algarabía a seguir la propuesta de algo nuevo. Al momento, organizaron empacar algunas cosas para salir rápidamente.

Nahuel se dirigió al garaje donde estaba su automóvil, que en ocasiones usaban los fines de semana. De lunes a viernes, utilizaba como transporte un servicio que lo esperaba en la puerta de su casa. Un móvil ecológico que circulaba por pistas aéreas. Estos taxis se programaban desde una central y funcionaban con inteligencia artificial, no tenían conductor humano y funcionaban en perfecto orden, con espacio solo para una o más personas, según el servicio contratado. El vehículo de traslado lo dejaba en la puerta de la compañía en la que trabajaba. Su vehículo familiar tenía ya varios años de comprado y, por el poco uso, se mantenía como nuevo, aunque recordó que siempre postergaba el service que debía realizar para el mantenimiento. Lo arrancó, pero a los pocos segundos se apagó de golpe, le extrañó un poco. Lo volvió a encender y bajó para limpiar el polvo de los últimos quince días de guardado. Al terminar, le preguntó al sistema del automóvil:

–Blendir, escucha: ¿cómo estará el clima hoy?

–El pronóstico para hoy es: cielo nublado con probabilidad de precipitaciones durante todo el día. Máxima: 10 grados y mínima: 5 grados.

Nur envió a los niños a empacar sus cosas. Como a las ocho de la mañana, salieron. Sin destino fijo, sabían lo que querían, pero no dónde. En eso, Nahuel suspiró:

–Dios quiera que hallemos un hermoso sitio para distendernos.

 Emprendieron viaje hacia una preciosa zona turística que ofrecía muchas opciones, aunque la desconocían por completo. A poco más de dos mil kilómetros de su ciudad.
Un lugar de descanso

Estimaban unas cinco horas de viaje. En el primer tramo, Nahuel decidió tomar vuelo a una velocidad moderada ya que la lluvia era leve pero persistente. Pasadas poco más de dos horas, ya ansiaban un lugar para descansar. Descendieron a una vieja carretera terrestre para buscar descanso. El sol se encontraba con poco éxito, queriendo renacer detrás de esas nubes oscuras y amenazantes, cargadas de lloviznas.

A los pocos minutos del descenso, a la vera de la desértica ruta, hallaron una zona como para detenerse; era una extraña puerta de piedra, como una gran entrada, de unos tres metros de ancho, muy antigua. Parecía una reliquia de la ruta, de alguna civilización del pasado. Se encontraba casi a la altura de la hilera de árboles, como entremezclada. Estaba llena de musgo y humedad. Consistía en dos columnas de piedra enormes, talladas completamente con inscripciones y dibujos extraños, unidas por una imponente y preciosa piedra arqueada en la parte superior. Creyeron que podría ser la entrada a un viejo hospedaje poco frecuentado, pero suficiente como para tomar un breve descanso. Akiro se ofreció a ver antes de cruzar. Bajó corriendo y, al llegar, apoyó su mano en la columna de la gran puerta observando hacia adentro; al instante, sintió una alegría inusual. Se detuvo un momento analizando esa entrada y el precioso camino y corrió de nuevo hacia el vehículo. Cuando dio la vuelta, ya todos habían descendido y estaban mirando desde atrás. Se apresuró a decirles:

–Entremos, ¡parece fantástico!


Se acomodaron nuevamente en el automóvil y cruzaron la puerta, al entrar, se percibía un lugar serenamente desolado y escucharon por un segundo como un viento huracanado, acompañado con un suave vértigo en el estómago, aparentemente sin motivos lógicos. Semejante al que uno siente cuando baja de repente; y, si bien todos lo sintieron, nadie se atrevió a mencionarlo, porque cada uno pensaba que nadie más lo había sentido. Nadie le dio importancia a esa rara sensación pasajera.

Al avanzar, la zona era extrañamente diferente. Todo el paisaje, incluso el cielo, parecía haber sido modificado de golpe. A continuación, se veía un antiguo cartel borroneado y oxidado que decía: “Bienvenidos a Llano…” y el resto no se llegaba a leer. Los arces rojos en este lugar eran hermosos e imponentes. Ingresando un poco más, se formaba una senda, que luego de un tramo se hacía serpenteada, el suelo estaba acolchonado frondosamente con hojas de tonos anaranjados y rojizos. No parecía haber pasado nadie por un largo tiempo. Mientras avanzaban, las hojas crujían. El vehículo anunció:

–Desconozco esta zona.

Avanzaron más y más en una leve subida, no era la idea alejarse tanto de la ruta, pero se sintieron tan atraídos por el paisaje que alegremente siguieron. Luego de una última curva, apareció una subida empinada que no permitía ver qué venía a continuación. Lentamente, llegaron a la cima del ascenso y, en ese preciso momento, al comenzar una larga bajada, cambió el panorama aún más. A lo lejos, se podía contemplar un bello lago cristalino, que reflejaba con brillos centelleantes el sol, bajo un abrumador cielo despejado. La nueva visión inefable los dejó sin aliento. Aunque todos estaban perplejos, solo Nahuel llegó a musitar entrecortadamente:

–Co… cómo puede… Increíble.
Mientras tanto, descendían por un camino arenoso. Algo más cerca de la orilla, se podían apreciar fragmentos de alguna antigua ciudad, semejantes a la puerta que cruzaron, con paredones de antaño en varias hileras que seguramente formarían habitaciones. Rodeando el lago, un bosque impenetrable era otro testigo de la escena.

–Qué lugar raro –dijo Akiro, y todos parecieron coincidir con su mirada.

–Es raro, pero hermoso –dijo su madre mientras miraba el paisaje.

–Es el mejor lugar para descansar un poco, tan lejos de la bulliciosa ciudad –pronunció Nahuel.

–Parece otro país –agregó Muri.

En ese momento, que por alguna razón ninguno quería que terminara, solo conversaron sobre qué cosas podrían hacer para divertirse en estas vacaciones. Continuaban sin certezas en cuanto al destino exacto, pero sí coincidían en algo: todos querían hacer algo diferente.

Al terminar su placentero y enrarecido descanso, algo inesperado ocurrió cuando quisieron volver a la ruta. Al mirar atrás para regresar, descubrieron que no había solo una salida, sino que se podía elegir entre doce caminos (un detalle que ni siquiera habían visto al bajar), todas las salidas eran parecidas, entre árboles, y no muy lejos una de otra. No hubo forma de precisar cuál era la correcta, ráfagas de viento se encargaron de borrar todo rastro de huellas en la arena. Nahuel ni siquiera pensó en la posibilidad de tomar vuelo, porque el modelo de su vehículo necesitaba la distancia adecuada para hacerlo, ni mucho menos podría despegar en un terreno arenoso y desparejo como ese. El lago no tenía salida, ya que no era tan grande, así que tampoco pudo pensar en salir navegando. Igualmente, no creyeron que fuera un problema, porque Nahuel los tranquilizó diciendo:

–Seguramente, todas las salidas deben conducir al mismo lugar o, por lo menos, cercano.

Akiro abrió la pantalla de su dispositivo y descubrió que no tenía señal (esto nunca le había sucedido), preguntó a los demás y todos descubrieron que los dispositivos estaban “sin señal”. La pantalla que ellos podían desplegar no provenía de un aparato que uno pueda agarrar con la mano. Ellos utilizaban dispositivos que desplegaban una pantalla de visión holográfica y sonora de amplio alcance y definición. Podían tener forma de pulseras, relojes, auriculares, gafas, anillos, collares, aros y otras muchas más. Se manejaban por medio del reconocimiento de voz y por las señales de nuestra mano. El sistema dialogaba e interactuaba con su dueño como una persona, se le escogía un nombre y podía elegirse voz femenina o masculina. Generalmente, se lo activaba para el diálogo con una frase exacta o ciertas señas específicas de la mano. Por ejemplo, Akiro configuró varias formas para activarlo, algunas de ellas son: “Enciéndete, Sterkur”, como también: “Escucha, Sterkur Vindur” o, cuando se encuentra en modo apagado: “Despierta, Sterkur”. Otros elegían formas más cortas como: “Truc truc”. También se usaban chasquidos de dedos junto a un movimiento de la mano, en fin, eran muy variadas las formas de conectarse con el dispositivo personal.

Al abrirse la imagen que se desplegaba, se acomodaba con los dedos en cualquier ángulo, posición y tamaño deseado. Se fijaba incluso delante de uno frente al rostro, o tal vez más arriba, más abajo o a un costado; y se podía caminar mientras la pantalla seguía en el mismo lugar, acompañándonos.




Akiro miró su pantalla, que se desplegaba desde una delgada y sutil pulsera gris, desconfiado, una y otra vez; no creía esta cosa rara de “no tener señal”. Este hecho, que para cualquiera en otras épocas se podría tomar como algo normal, en adelante no fue un detalle menor para ellos.

–¿Cómo puede ser que no haya señal? ¿Qué es eso? –preguntó Akiro a su padre.

–Antes era algo común perder la señal de red en nuestros dispositivos y es lo que está pasando ahora, no está llegando la señal a esta zona, nada más –le aclaró Nahuel y prosiguió–: Te lo explicaré, cuando naciste ya todos estábamos conectados automáticamente a la red y solo era cuestión de abrir nuestro dispositivo y listo. Lo que no sabías es que, aun así, esas aplicaciones (de cualquier dispositivo que uses) necesitan tener internet, señal o red, como más te guste. De lo contrario, no funcionan. Esto te parece nuevo, porque nunca se te desconecta nada en la ciudad, vivimos tan conectados que ni siquiera sabías que era posible desconectarse, pero funciona así, debe existir sí o sí esa conexión a internet.

–No digas tanto “internet” –le dijo Akiro–. Suena a algo como de antes y aún peor cuando algunos viejos dicen: “www”. ¡Eso sí que suena viejísimo!

Nahuel prosiguió explicando:

–Parece que en esta zona no funciona nada o algo está fallando. Pero quédate tranquilo, que ya se va a establecer la conexión a ¡INTERNET! –dijo con ironía y humor.

Mientras Muri también miraba su pantalla, Akiro ya había probado una decena de veces conectarse con alguna página o aplicación y no podía aceptar ese extraño cartel que le decía textualmente una y otra vez: “Sin señal. No hay redes disponibles”.

Al subir todos a su automóvil, Nahuel dialogó bastante con su vehículo, que no le daba una respuesta adecuada en esta situación porque también entró en un modo “sin conexión”. Notó que los mapas que mostraba su automóvil parecía que estaban sobre una ciudad, muy diferente a lo que se veía estando allí, y las respuestas que daba eran bastante básicas; se terminó peleando con el sistema de su auto, le ordenó apagarse e inmediatamente expresó indignado su propio pensamiento:

–¡Cree que sin él no podré hacer nada solo! –Y se sonrojó, todos lo miraban.

Nahuel decidió por sí solo el camino que le parecía correcto entre esas doce salidas tan similares. Ascendieron por la arena, avanzaron y avanzaron. Otra vez, el mismo paisaje. Camino serpenteado y hojas rojizas crujientes. Todo igual, pero con la diferencia de que no llegaban a ninguna ruta, no recordaban bien si había sido tan largo el trayecto. Cuando ya la cosa se puso más preocupante, miraron sus pantallas nuevamente y seguían sin señal. Al cabo de un trecho más, parecía que la arbolada llegaba a su fin, realizaron un giro a la derecha y se vio un último tramo recto de unos veinte metros. Al final de este tramo, se veían unos árboles caídos, entremezclados con otras plantas, hierbas y grandes raíces de árboles que sobresalían bastante en la superficie. Nahuel dijo:

–Nos equivocamos de salida.

Dio marcha atrás, pero en este tipo de caminos angostos con curvas no resultaba nada fácil la reversa, trató de retroceder lentamente, de a pequeños tramos. Subía y bajaba bruscamente intentando salir de ese camino accidentado. Hasta que su automóvil se bloqueó en unas enmarañadas raíces altas y, pensando que era una piedra o algo semejante, forzó el movimiento, pero se trabó de nuevo totalmente. Le dio permiso al sistema para dialogar y el vehículo se limitó a responder:

–Terreno inapropiado, falla de tracción trasera. Verifique el estado del camino o remueva obstrucción.

Percibió algo debajo del auto y, al intentar un poco más, un sacudón violento, con un atolondrado ruido del motor –¡Brrupupup!– hizo que se apagara por completo. Los varios intentos por encender y salir no funcionaron.

–Era lo único que nos faltaba –protestó Nahuel, que con dificultad intentaba contener los nervios.

Resultó que tres de las ruedas se habían atorado con unas fuertes y elevadas raíces. Bajó y caminó unos diez metros hasta donde estaba la salida que no habían podido cruzar, porque estaba tapada de árboles y plantas. Se notaba que terminaba el camino y continuaba otra cosa, pero estaba todo muy enmarañado. Las plantas, las ramas y los árboles tapaban la salida. Creyó que no sería fácil cruzar metiéndose entre esas cosas. Nahuel era un hombre rodeado de imágenes táctiles y hologramas, a los que solo les daba órdenes o movía suavemente con sus dedos, no le pareció nada familiar pasar y agacharse entre esos árboles y meterse entre ramas y maleza desagradable. Además, “la ropa se ensuciaría y daría un mal aspecto”, pensó.

Se convenció de que no había nada relevante del otro lado y, mientras volvía frustrado a su automóvil, Akiro se acercó curioso a ver, su padre le dijo que no había nada por ahí, solo había más árboles. Igualmente, Akiro quiso ver un poco más e intentó pasar entre esos árboles para saber qué venía después. El lugar tan calmo no inspiraba ningún tipo de peligro, por lo que su padre dijo, ante la insistencia de Akiro:

–Mira y vuelve.

Mientras cruzaba agachándose y pasando entre los troncos, Akiro se raspó un poco las piernas y tuvo que correr varias ramas para poder pasar. Ver lo que había del otro lado hizo que regresara con rapidez a contarle a su padre, pero Nahuel no lo tomó como algo importante al principio, aunque igual, perdido por perdido, pensó que debía verlo. Fueron juntos. Nahuel se fastidió bastante al tener que atravesar eso, hasta que por fin pudo cruzar todo. Y esta vez para él la sorpresa fue, además de inesperada, estremecedora. Lo que vio fue un inmenso campo abierto, era una enorme llanura, rodeada a lo lejos de muchas lomas y, mucho más a lo lejos, algunos cerros. Pero claro, sin ruta, sin nada, solo un paisaje salvaje. La sobrecogedora sensación de sentirse perdido con su familia le mareó un poco la visión y se le aflojaron levemente las piernas. Regresó rápidamente e irrumpió en su auto para pensar un poco. Muri se encontraba llorando del susto mientras su madre la consolaba. Nahuel llamó a Akiro para investigar de nuevo la salida al campo y examinarla mejor; la urgencia le hizo olvidar esta vez que sería “tan difícil” pasar hacia el otro lado.

Observaron con mayor tranquilidad ese campo abierto y se dieron cuenta de que muy a lo lejos, muy pequeño, se veían personas o animales. Eran como diminutos bultos indefinidos, tumultos con un apenas perceptible movimiento.

Continúa Capítulo 3: "Un descubrimiento Fuera de lo Común"

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