Capítulo 7

Buscando la manera de regresar a casa

–¿Seguros que no se quieren quedar? –Fue la invitación final de Aurelio a la familia, que ya había desayunado otro deleite natural campestre.

–Gracias por todo, debemos irnos, fue un placer, un agrado, nos sentimos halagados por tanta gentileza –dijeron entre todos.

–Pero, una cosa, don Aurelio… Akiro necesita ir al retrete.

–Sí, venga por aquí, hombre. –Y lo llevó unos cuantos metros, donde había un pequeño cuarto de madera sin techo–. Allí es –le indicó.

Akiro abrió la puerta. Esto fue demasiado para él. “Me aguanto”, pensó al ver el retrete por dentro. Pero recordó lo lejos que era la caminata y luego el viaje… entró y cerró la puerta. No se veía tan desagradable, solo era un pozo sin fin en el final del cuarto y baldes de agua a los costados. El problema fue que, mientras bruscamente intentó cerrar la puerta, rompió la pequeña traba de madera. La cerraba y se volvía a abrir lentamente. “¡Colmo, colmo, colmo!”, repetía como enloquecido. No llegaba con la mano para sostenerla cerrada y agacharse a la vez. Vio una cuerda de paja y se le ocurrió atarla a la puerta y con eso mantenerla cerrada, aunque resultaba muy justa la medida. Se preparó y se agachó, todo listo. Mantenía la puerta cerrada sosteniéndola atada a la cuerda con dificultad porque debía estirar el brazo, mientras resolvía lo demás. Aun así, todo resultó muy favorable, hasta que se dio cuenta de que, al terminar, ¡necesitaba usar las dos manos! y, a su vez, mantener la puerta cerrada, ¡qué momento! 

Se puso muy nervioso, tenía una especie de vergüenza y furia. Impotente lo intentó, pero no pudo cortar un largo rollo de papel. No había caso. Se agigantó su dificultad cuando escuchó a unos muchachos y niñas que llegaron allí muy cerca, rogó que no quisieran venir al retrete, se sonrojó hasta arderle la cara y ya no podía hacer muchos experimentos cerrando y abriendo la puerta de ninguna manera. Tenía que terminar, tirar el agua y salir airoso de alguna manera, o echarse a correr así como estaba, a toda velocidad. Sin quererlo, se dio cuenta de que con la boca podía sostener la cuerda y liberar sus manos. Sostuvo la cuerda con los dientes para poder hacer las cosas bien, poco a poco, prosiguió… ¡lo logró bastante bien! Al concluir, se fue campante y alegre.

Aurelio apareció con un amigo en un carruaje de dos caballos para llevarlos hasta el lugar donde estaba su vehículo atorado entremedio de árboles, aclaró que él no podría ir, porque lo esperaban en otro lugar, así que se despidieron con abrazos y buenos augurios. El carruaje arrancó avanzando rápidamente y, antes de llegar al lugar, Nahuel le mencionó al conductor que no podría seguir más adelante, porque lo impedían esos árboles caídos que debían atravesar agachados. Agradecieron y el hombre, de sonrisa amable, dio una vuelta, partió velozmente y dejó una flamante estela de polvo.

Al cruzar todos, Akiro acarició su automóvil mirándolo muy pensativo, como ausente. Su mirada mostraba un brillo especial. En este momento particular, reinó el silencio, así como cuando uno termina un cumpleaños, una fiesta o algún evento muy especial donde pareciera que nuestras emociones han quedado consumidas.

Poco a poco, Nahuel fue retrocediendo con mucho cuidado. Al llegar al lugar de la bajada de arena, donde estaba el lago, tuvieron que analizar las doce opciones de salidas que tenían para regresar por el camino correcto, marcaron la entrada de la que recién habían salido para no entrar de nuevo allí, clavaron en ese lugar dos grandes ramas en forma de cruz. Continuaron por la entrada de su izquierda. Subieron, doblaron y descendieron. La intriga terminó rápido; para rematar la aventura, dieron con el camino correcto en esta primera salida elegida. Advirtieron la salida a la ruta y la antigua entrada de piedra, ya se veía frente a ellos a unos cuantos metros luego de la última curva. 

Akiro recordó justo en ese momento que podría tomar una fotografía y exclamó exaltado: 

–¡No tomamos ninguna fotografía! 

Antes de atravesar la entrada, abrió su visor. Apuntó con torpe apuro y logró tomar una única imagen saliendo de la puerta, de la cual no llegó a notar un llamativo detalle, ya que justo en ese instante se oyó una estridente sinfonía de alarmas, por haber comenzado a bajarles de golpe todos los mensajes y anuncios atrasados en sus dispositivos personales. En el momento de salir a la ruta de nuevo, regresaron lentamente sus mentes y sus corazones al estado de su vida de siempre, ese clima interior que uno tiene en la mayoría de los días. Aun así, para ninguno fue tan sencillo acomodar los pensamientos.

Encontraron un lugar luego de unas dos horas más de viaje en el que pasaron unos días de vacaciones, pero los pasaron con la sensación de que sus vacaciones ya habían terminado. Esos días solo fueron para hablar, pensar y hablar más de lo mismo hasta agotar el tema una y otra vez. Dijeron y repitieron las mismas cosas, rieron, se emocionaron y recordaron con alegría.
De vuelta en casa

Al regresar a su casa, solo les quedaban unos pocos días antes de comenzar las clases nuevamente. El abuelo David se comunicó con Akiro y quiso llevarlo a una de sus embarcaciones a pasar unos días. Muri y Nur estuvieron de acuerdo en salir a realizar algunos deportes al aire libre. Nahuel volvió a preparar cosas para su trabajo.

Antes de salir, Akiro recibió un mensaje de Marcus, el amigo que se encontraba más cerca de la final de su juego de guerra Battle for the door; era un mensaje con un video que etiquetaba a varios amigos. Se podía ver el usuario de Marcus, “JXM9000”, atravesando la última puerta ante la ovación de una multitud, antes de recibir sus honores como vencedor final. Cruzaba un puente de oro que lo conducía hacia un estrado alto y era nombrado jugador elite, recibía un escudo, una medalla y varias insignias. Estos jugadores recibían regalos especiales y acceso a desafíos exclusivos solo para jugadores elite. La mayor sorpresa de Marcus fue que Akiro le haya escrito. Y la otra sorpresa fue lo que le dijo: “¡Bien, te felicito!”. Marcus creía que Akiro debía ser el más afectado por haber llegado primero él a la puerta final del juego.

En el barco con su abuelo David, Akiro le preguntó acerca de su pasado. El abuelo encendió en su visor un viejo video de su juventud y le mostró cómo él y un viejo amigo pescaban en un bote de madera con cañas antiguas. No era la primera vez que Akiro estaba en los barcos de su abuelo, él siempre había pescado con el paralizador marino. Estas son unas pequeñas trampas con software programable, que se activan y se lanzan en cualquier superficie acuática. Las veces que las había usado, se entusiasmaba mucho al principio, pero luego se aburría. Es por esto que David pensó que Akiro quedaría impresionado viendo cómo él con su amigo de la juventud pescaban en ese video con una simple vara o caña, que poseía una tanza que se sumergía en la profundidad con anzuelo y carnada. Para sorpresa de David, Akiro le contó todo lo que había sucedido unos días antes en Llano de Paz. El abuelo quedó más shokeado de lo que parecía, trataba de mostrarse seguro, pero el relato de Akiro lo superaba. Se dio cuenta de que era muy poco probable que eso pasara en esa época. Mientras intentaba comprender lo sucedido mentalmente, procuraba seguir una charla normal con su nieto. Cada tanto, en el diálogo, repetía pensativo:

–Realmente, qué extraño lo que les pasó, hablaré con tu padre de eso, qué increíble, ¿cómo podría ser…? –Y finalmente concluyó–: Estoy muy contento con todo lo que viviste, sabes que un viejo sabio dijo una vez: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas” .

Inmediatamente después, David se levantó, caminó a un lugar medio escondido de su barco y destapó un viejo y pequeño bote de madera. Le contó que era el mismo que habían visto en el video. Lo guardaba como una reliquia. Se sintió tan a gusto con su nieto que lo invitó a navegar diciendo:

–Quiero que esta sea una experiencia diferente.

Se fueron con el barco a una isla algo lejana que David conocía bien, descendieron al agua en el bote, le enseñó a remar, sacó de una parte para guardar las mismas cañas del video y ahí comenzaron a pescar a la vieja usanza. Buscó un precioso lugar que daba a la orilla de esta isla solitaria, se pararon entre la sombra de unos sauces llorones y le contó una llamativa anécdota:

–¿Sabes? Recuerdo que cuando tenía unos diez años, con un amigo de la escuela decidimos no ir a clases un día, sin que nuestros padres se enteraran. Al hacerlo, se nos escaparon algunos detalles, al final nuestros padres se enteraron, o sea, tus bisabuelos. El castigo fue que por una semana no podía salir a la vereda de mi casa a jugar con mis amigos, como hacía todos los días. Ni tampoco ningún amigo podía venir a casa para jugar, ese fue el peor castigo que me podían dar, ellos lo sabían bien. Como distracción, solo me permitían ver la televisión. Pero la televisión no era para mí algo tan importante o entretenido como jugar afuera con mis amigos.

»Lo más llamativo fue que, años después, yo también tuve que castigar a tu padre y, como si fuera cosa del destino, fue a la misma edad, y el castigo que decidí para él fue también de 7 días. Lo hice sin acordarme de que a mí me había pasado algo parecido. La gran diferencia fue que el castigo que yo le di se basó solo en no poder ver la televisión, ni jugar a la computadora, ni a ninguna consola de juegos que teníamos. Después de hacerlo, recordé la historia de mi infancia y quedé sorprendido de cómo la situación había sido tan parecida y tan diferente a la vez.

–Abuelo, ¿me estás diciendo que toda la tecnología es mala y deberíamos dejarla? 

–¡No! –indicó David–, la tecnología tiene cosas que nos ayudan muchísimo, nos ha transformado todas las costumbres y también nos entretiene, pero siempre que la usemos en su medida justa. La maravilla de la naturaleza no puede ser igualada por nada creado por los hombres, y eso ya lo has comprobado. Reúne toda la tecnología y pídele que te cree una fruta como la que te da un árbol. Verás que no podrá. O pídele que haga nacer por sí misma, aunque sea una pequeña, delicada y sencilla flor; no podrá jamás. Es como que la naturaleza es la más maravillosa “tecnología”, por decirlo de una forma que lo entiendas. Está hecha de manera ideal para nosotros y nosotros para vivir en ella. Con los años, me di cuenta de que la humanidad perdió muchas cosas, perdió… ¿cómo decirlo…? La humanidad. Sabes que cuando era pequeño jugábamos en la calle toda la tarde con los amigos del barrio, jugábamos sin ser tan cuidadosos… Pero los tiempos han cambiado, hasta quieren ahora controlarnos todo, insertándonos un microchip en el cuerpo. Que llevemos un dispositivo para comunicarnos y obtener todo tipo de información, está bien, pero meternos eso en el cuerpo tiene el único fin de atarnos por completo y manejarnos, es la perdición, ¡no deberías hacerlo jamás! Sin embargo, quiero que te lleves algo hoy, una palabra que te ayudará toda la vida. ¿La podrás recordar para siempre?

–Sí –respondió Akiro con atención.

–La palabra es: equilibrio. No descuides ninguna parte de tu vida, todas son importantes, y todo será bueno siempre que tenga ese condimento tan necesario en estos días: equilibrio. No obsesionarse con nada y nunca descuidar las cosas esenciales de la vida.

Ya había comenzado a escucharse el canto de las ranas y grillos. Luego, caminaron hasta una orilla y David le enseñó a pescar ranas y anguilas. Juntos lograron sacar más de una docena de ambas, que más tarde comieron asándolas a fuego.

Estos últimos días de vacaciones fueron así: David contando historias y más historias a su nieto y llevándolo a varios lugares en el barco. Incluso se refirió en un momento a ciertos tesoros misteriosos que habían encontrado en una isla más lejana y remota, en una de sus pasadas expediciones. Esos tesoros los tenía en otra embarcación, prometió mostrárselos en otra ocasión.

En esos mismos días, Nahuel, por su parte, decidió investigar todo acerca de Llano de Paz y, para sorpresa suya, no encontró los datos que esperaba. Llano de Paz, según los mapas satelitales y la información que obtenía, ya no existía. Viajó por medio de las imágenes satelitales, una y otra vez recorriendo todo el lugar, para ver dónde estaba ese pueblo. No lo hallaba de ninguna forma. Se puso nervioso y buscó conectarse con la aplicación de aquella ciudad, procurando tener un diálogo con el sistema:

–Hola, soy Prux, estoy para asistirle en todo lo referente a nuestra ciudad –dijo el sistema con voz de hombre.

–Hola, buenas tardes –dijo Nahuel con voz temblorosa y algo agitada–. Estoy buscando datos sobre el pueblo Llano de Paz y el festival que hacen ahí… de los pueblos, esa fiesta regional de los recuerdos… de la unidad, ¿me entiende? –Y esperó la respuesta:

–Un momento, señor, por favor –aclaró el sistema Prux del otro lado.

Pasaron como 10 largos segundos (demasiado tiempo para un sistema) y llegó la respuesta:

–Señor, no hay ningún dato que le pueda suministrar con respecto al pueblo, localidad o barrio llamado Llano de Paz en este distrito, solo me figura como datos históricos, tal vez tiene información obsoleta de esta zona, señor.

La frase impulsiva de Nahuel fue:

–¡No puede ser! ¿Está seguro?

Pero, notando que no podía lograr nada más, finalizó:

–Está bien, gracias igualmente.

Buscó de inmediato historia sobre esa zona y descubrió que Llano de Paz fue una región situada en medio de esas lomas de tierra y colinas, que ya no existían hacía casi cien años. Ahora había edificaciones urbanas y algunos cordones de árboles que rodeaban la ciudad. Investigó un poco más y llegó a obtener incluso algunas fotografías en blanco y negro del festival de la unidad de los pueblos, en donde pudo apreciar algunas carretas, caballos, gente abrazada para la fotografía y el tipo de lugar exacto en el que ellos habían estado. Luego de caminar de un lado a otro y pensar, buscó información sobre la puerta de la civilización antigua por donde ellos habían entrado. Esa puerta no tenía nada que ver con Llano de Paz, era muchísimo más antigua, de cientos de años antes, pero se había conservado como reliquia histórica. Hasta allí llegó con las imágenes satelitales y vio que detrás de ella había solo un cordón de árboles y, a unos pocos metros atrás de los árboles, no figuraba nada más que un barrio moderno normal. No se encontraba ni el camino serpenteado, ni el lago, ni ningún otro lugar donde ellos estuvieron. Permaneció horas viendo y revisando toda la información y diciendo con rostro desorbitado: “¿¡Dios mío, qué es esto!?”.

Se quedó pensativo durante algún tiempo, luego llamó a su padre para contarle todo.
Debatiendo el misterio

Al día siguiente, después de sabida la noticia, entre todos se reunieron y pensaron muchas alternativas sobre lo que les había sucedido. En esto, Akiro recordó, en un relámpago mental, que debería tener el balero guardado, necesitaba comprobar que eso había sido real. Y ahí, entre las cosas guardadas en su automóvil, estaba el balero que ganó y el serrucho que don Aurelio le prestó a su padre. Ambos se encontraban con el aspecto de algo guardado por muchos años, con el color de la madera antigua, pero no gastado como algo usado, sino como algo nuevo guardado por decenas de años. Contrario a la apariencia de nuevo que habían tenido unos días antes en Llano de Paz. Esta era la prueba de que habían estado allí realmente, que no fue un delirio, un sueño extraño o cosa semejante. Nahuel se apresuró a buscar la información que tenía, abrió su visor y mostró esas fotografías del festival que se realizaba hacía más de cien años, en ese pueblo que, según los datos, ya no existía. Pasaban las fotografías y todos miraban con silencio de glaciar. Miraban más y más imágenes en blanco y negro, muy antiguas, escaneadas, medio rotas, con humedad y muchas retocadas por lo avejentadas que se encontraban. Nahuel, como si los demás no entendieran lo que tenían que hacer, decía:

–¡Miren, miren! ¿Ven? Estas son las fotografías, son viejas, ¿ven? –Ansioso, proseguía pasándolas.

Las imágenes mostraban a esa misma gente, el mismo lugar donde estuvieron, eso no había dudas. Hasta que se detuvieron al ver una en especial.

Y, en un confuso unísono, se escuchó:

–¿¡Qué!?

–¡¡Ahí estamos!!

–¡¿Y esto?!

–No puede ser. ¡Dios mío!

Muri quedó en silencio con mirada petrificada. La abuela Lucy alcanzó a susurrar suave y lentamente:

–¿Esos son ustedes?

En la fotografía, eran ellos mismos, se vieron de color, como un gris y amarronado, era la familia Walkers, abrazados con ese grupo de gente que los había invitado a tomarse la fotografía con la gran cámara negra y antigua.

–¡Grande es este misterio! –agregó David, luego de un momento de silencio.

Al momento, Akiro buscó la única fotografía suya que tenían del lugar o, mejor dicho, la que intentó tomar al salir de la puerta de forma apresurada; y lo que vio fue la puerta, pero, dentro de ella, no había camino, estaba tapada de árboles; como era en su estado normal.



Luego de horas de intriga, misterio, de preguntarse, quedar en silencio, sobresaltarse y mirarse entre ellos enigmáticos, resolvieron que lo normal de su viaje fue hasta la puerta antigua y, luego de esa puerta, lo que les pasó no era algo que comúnmente nos pase todos los días. Podría ser una traslación en el tiempo, un viaje, un sueño palpable… algo inexplicable, algo que solo Dios sabrá. Todo comenzó en esa puerta ancestral que transformó sus vidas.

–¡Y fue gratis! –añadió Nahuel entre risas al final.


No mucho tiempo después, los Walkers naturalmente realizaron cambios en su rutina. La habitación de Akiro y su hermana mantenía casi todo el día la ventana abierta para aprovechar el sol. Ambos se hicieron aficionados a varios deportes al aire libre (y no solo deportes virtuales al “aire libre”). El juego de la plataforma virtual lo seguían usando, aunque no de forma obsesiva como antes. Se acostumbraron a salir más seguido en familia, especialmente a lugares donde la verdadera naturaleza era la protagonista. Akiro, Nahuel y David se interesaron en navegar mucho para conocer islas poco exploradas y pescar (en estas islas, pasaron cosas poco comunes que relataré en otra ocasión). En estas salidas, también la abuela Lucy, junto a Nur y Muri, probaban más y más recetas de comidas que se podían hacer asadas al fuego, al aire libre.

Llegó la hora de volver a la escuela y, el último día, los niños recibieron el comunicado oficial educativo que les recordaba que había algunas tareas que terminar. Las tareas se trataban mayormente de preguntas capciosas que los llevaban a razonar mucho y a comprobar sus conocimientos. En esa época, prácticamente no existían más tareas del tipo de “buscar información”. Se sobreentendía que ya se debía tener toda la información necesaria, información a la que se accedía al instante; pero, a la hora de responder las preguntas, ¡sí que había que entender toda esa información! Tampoco había forma de “copiar y pegar respuestas”, incluso el sistema detectaba automáticamente los textos copiados de las respuestas de otros compañeros.

Como es natural en los niños y en la mayoría de los padres, se pusieron a terminar los deberes a último momento.

Ya estaban todos en clase; los que estaban de forma presencial y los que, por alguna razón especial, no podían asistir personalmente y se conectaban por telepresencia. Se presentaban sus imágenes en el lugar donde se sentaban habitualmente (estos debían estar en la clase obligatoriamente y podían ver todo, escuchar y participar como cualquier otro). La maestra abrió una carpeta en pantalla y pidió a los alumnos que ingresen las tareas de las vacaciones, así que en menos de diez segundos todas las tareas estaban presentadas. Algunas figuraban incompletas, por lo que la maestra agregó irónicamente:

–Se ve que algunos tuvieron unas entretenidas vacaciones –y añadió–: Bien, alumnos, para comenzar con algo no muy “difícil”, hablaremos sobre qué hicieron en estas vacaciones, ¿alguien quiere compartir algo?

Esperó unos instantes y parecía que no había muchas ganas de hablar en general. Hasta que un alumno se animó:

–Mi papá me dejó al fin volar por primera vez en jetpacks, y es lo que más hice durante las vacaciones.

–Yo fui a las nuevas playas de la ciudad –dijo una muchacha con pelo prolijamente electrizado.

–Yo al fin pude acceder a nuevas áreas del juego de plataforma Eterisk kolonner.

–¿Alguien más? –preguntó luego de un silencio.

–Sí, yo –respondió Akiro y prosiguió–: Yo tengo algo que contar. –Y mostró su balero.


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