La apacible brisa al abrir
la ventana de un amanecer de primavera hizo por breves segundos respirar algo
de tranquilidad a Mauricio, que se preparaba para comenzar el día. Contempló el
imponente horizonte de la ciudad, el
cielo despejado y la frescura de la mañana que no presagiaban para nada lo que
pasaría ese día. Imperturbable por no saber lo que vendría, andaba tal como
siempre. Naturalmente avanzó en su rutina.
Pasaron las horas como
viendo una postal conocida. Por la tarde terminó sus tareas y recibió un
llamado. Era su novia, con quién tenía una relación de varios años. Le dijo que
necesitaba hablar con tiempo y en un lugar tranquilo. Luego de una larga y
temblorosa introducción, él comenzó a palpitar lo peor, lo que nunca hubiera
imaginado, pero quería pensar lo contrario, lo negaba. Por dentro Mauricio
estaba paralizado, su rostro palideció y ella pudo con mucho dolor decirle que
ya no lo quería, que no había otra persona, pero que el amor por él ya no
estaba. No se sentía más enamorada y finalmente confesó que quería
dejarlo. No hubo palabras que pudiera
pronunciar, o bien, eran tantas que no sabía por cuál comenzar. Finalmente
eligió el silencio y luego de llantos se fue solo.
Confundido y destrozado en
su corazón no pudo calmarse por largos días de lágrimas y dolor. Lo que no
podía entender era dónde estaba ese amor, ese amor tan puro y apasionado de los
primeros tiempos, trataba de entender... Pero nunca pudo. Recordaba
constantemente los tiempos felices, las salidas, las tardes de verano, recordó
todo detalladamente. Pensó embriagarse hasta olvidar, pensó morir, quiso volar
como un ave hasta un desierto vacío para apaciguar el dolor.
Hablaba solo y retumbaban
en su cabeza las últimas palabras de ella, “ya no estoy enamorada”. Ese fue
todo su argumento. Pero, ¿dónde se fue ese amor?, ¿por qué pasó?, ¿dónde estaba
y dónde está ahora?, ¿acaso el amor muere?; pensaba. No había motivos lógicos
para ello, todo parecía bien, no había otra excusa más extraña e inexplicable
que esta: su amor se fue, desapareció.
El dolor lo llevó a
meditar profundamente y toda la percepción de la vida nunca más fue la misma
para él. Comprendió que lo más valioso en su vida era algo que no se podía ver,
ni tocar, ni manipular como si fuera un elemento, una herramienta o un
ingrediente material. Los cinco sentidos naturales no sirven para esto, no
sirven para nada. Ni siquiera la inteligencia sirve para manejar las heridas y
los sentimientos más profundos del alma, a su vez tan reales y gigantes.
Como a muchos, tampoco a
Mauricio le fue fácil acomodar todo eso en su interior. El dolor, la angustia.
Su lógica no lograban controlarlo. Eran más fuertes los sentimientos, y
comprendió que si lograba que sus sentimientos estuvieran al fin sosegados,
también lo estaría su mente. ¿Acaso la mente es un servidor del corazón?,
¿acaso la mente puede dar lo mejor solo cuando ahí abajo, en el corazón, todo
marcha bien? Es probable.
Miró la televisión hasta
la madrugada y comparó el control remoto con su vida y razonó: “yo soy el
televisor que puede hacer y mostrar de todo, pero dependo del control remoto
-que sería mi corazón- el control remoto tiene el poder sobre el televisor -mi
vida misma- y qué curioso que tampoco mis ojos pueden ver cómo eso sucede. Solo
presiono un botón y el televisor obedece. Tienen un vínculo invisible, pero
real; el amor y el dolor son invisibles, pero reales, y muchas veces tienen el
control de nuestras vidas”.
En otra ocasión pensó en
el viento y se dijo: “el viento es real y me puede acariciar o me puede
arrasar; es invisible, pero real, y puede tener el control”.
En otro momento, al
terminar de hablar por celular pensó lo mismo otra vez: “una conexión
invisible; un mundo real, ¡tan real..! Pero que, sin embargo, no podemos ver ni
tocar”. Los “hilos invisibles” de los
celulares conectan a tantas personas y, no obstante, no los vemos. ¡Y cuán
reales son aunque no los comprendamos!.
Los hilos invisibles de la
vida sean tal vez los hilos que nos mueven, como los títeres. Así somos los
humanos. Creemos poder dominar todo pero en verdad, todo nos domina. Esa
cantidad de sensaciones, pasiones y sentimientos son en definitiva lo que
motiva verdaderamente nuestra vida.
Siguió pensando y su mente
se abrió a otra realidad y vió lo invisible por todos lados (eso que no todos
pueden ver).
Al final llegó un día en
donde se encontró, como solía, solo
nuevamente en el balcón. Era de noche y pudo ver las estrellas y pensó “¿Cómo
están ahí?; algo invisible las sostiene ¿Quién lo puede explicar?, ¿qué hombre
lo puede saber de verdad a todo esto?” Pensó que todos en el mundo estamos
parados sobre una tierra que, a su vez, no está parada sobre nada, sino sobre
algo invisible, sean leyes de los astros o sean principios físicos pero que, en
fin, todo invisible y que solo responden a un mandato preestablecido para que
funcione.
Finalmente llegó a
comprender que detrás de la escena había algo que movía las cosas. Detrás de
los astros, del universo… de las personas. Nosotros no somos un cuerpo, sino
más bien estamos en él. Cuando comprendes esto, no necesitas que nadie te lo
compruebe. Solo sabes que es así, solo sabes que sabes. Pues Mauricio ya lo
comprendió, y luego de mirar al cielo, levantó sus manos y dijo: “Gracias Dios,
Ahora se que estas ahí”.
Por Esteban Correa
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